El ascenso del fundamentalismo iraní a punto de tensión internacional se asienta en varios ingredientes: el conflicto árabe-israelí con su secuela palestina; la ortodoxia religiosa de los ayatola, el fracaso de los nacionalismos del Egipto de Hosni Mubarak, de la Libia de Muamar Gadafi, del Irak del otrora Sadam Husein, y de la Siria del alawita Bashar Hafez. A ello se une el imperativo geoestratégico del petróleo; y la flamante irrupción de los ex-Estados soviéticos islámicos del Asia Central.
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