Ni siquiera sé a quién dirijo estas palabras
y en el fondo sé que es a un
reflejo
que conocí en el abismo
atrás del tiempo.
Busco como si encontrar fuera el punto donde pudiera
descansar porque me falta esa forma
que hace las cosas enteras.
Veo el vino derramándose en una vasija
y en ese instante percibo lo que podría ser.
Cuando se abre una puerta miro
quién sabe si entrara la sombra que me pertenece.
En el papel una palabra busca un molde,
en la piel el poro al cual pudiera entrar
y encontrar un hueco donde dormir,
en la enredadera, una piedra húmeda donde
restregar la hoja. Busco
en la suciedad de la acera
una forma donde encubrirme.
En los ojos de todos un color familiar
que me perteneciera, en los labios,
una sílaba a punto de formarse
que dijera, en el humo un círculo
que restableciera esta unidad
resquebrajándose.
Hasta en la cama de los enfermos
en un quejido si fuera.
Al levantarme miro los pies.
La uña tiene donde apoyarse.
Toco el párpado, la pestaña
sale de un pedazo que es.
Y es, es, es.
El sábado mirando la ventana, el vidrio
cubriendo la distancia,
llovizna y no sé más allá de las gotas del agua.
Los ojos los viro hacia dentro
como tijeras cortando la amplitud de la espera.
En el tren alguien sonríe, quisiera
arrebatar el momento, pedirle a la mujer la risa,
llevarla en el bolsillo y encerrarla en un libro.
Llegar a casa y romper el orden con una risa ajena.
Conseguir con el sueño de otro un rato de eternidad.
Borro los rastros de mis huellas para que no hablen de ayer.
Empezar en un espacio devoto de nada.
A veces un papel en el suelo, la ceniza
o el ruido de la calefacción o
un invierno desconocido piden,
enciendo velas y me siento a contemplar
una noche más, afligida de oraciones incapaces.
Empieza un quejido estático
a abrirme los botones de un gigante Prometeo.
El águila devorando un hígado
que sale enorme por la boca
y me reviro, dentro siento abrirse un zigzag,
un canto amenazador.
Miro la pared que hierve, la cabeza sola,
sin mí, arremete al aire.
Un pico sale de mis crepitaciones
La campana del pecho comienza a sonar.
Pienso, mi vecina siente mi ejecución
pero se calla. Nadie puede ayudar.
El orden del otro lado.
La mandíbula se desprende,
la meningitis cubre los muebles.
Las pupilas saltan entre los peldaños,
cada imagen brinca y cada imagen
marcha de atrás hacia delante.
La almohada,
meterla en la boca,
empieza una baba a chorrear.
El cuerpo se deslíe,
quiero volcar el teléfono
pero no hay cuerdas,
la noche rompe las conexiones
con la realidad. Busco,
la hora en el reloj, las manecillas
corren con fiebre,
se paran para morderme el brazo.
Busco en el baño un algodón para los orificios.
La sala esta inflamada.
La cocina está llena de obstáculos.
La noche, el instante, el tren, las caras.
Busco en la muerte de una paloma en el pavimento,
en el morado de una pierna,
en las señas de los perdidos en las calles.
A las dos de la mañana las puertas se cierran.
La calle es el territorio de un vientre de espejos.
Luna, edificios, ojos del tren. Periódicos
como pájaros estrujados, enredados
en un vehículo mudo.
Camino y la pierna no responde, le pego,
se rebela contra mí, infame.
Me agarro la pierna y brinco las calles.
La noche chorrea mi presencia.
Un hospital, un universo podrido. Busco.
No hay policías ni vigilantes.
El parque, la floresta de los muertos.
Allí voy, un farol me amenaza.
Entro y muerdo el aire.
San Sebastián, las flechas.
Las ramas se acuestan frente a mí.
Brinco, no me falles, pierna.
sé mi amiga. Busco una lápida,
un universo, un basurero.
Rotos los banquillos,
fósforos se encienden en el parque.
El monstruo de la noche ya se escapa.
Tocan a la puerta. Me quiebro.
Magali Alabau nació en Cienfuegos en 1945. Sus últimos libros publicados son Dos mujeres (Betania y Centro Cultural Cubano de Nueva York, Madrid, 2011) y Volver (Betania, Madrid, 2012). Este último libro se presentará mañana en la Feria del Libro de Miami.
Otros poemas suyos: Galopando en un caballo, Insomnio, Diario hacia la muerte... y Cada época tiene su cámara...