De noche por el tramo que media entre la casa
en lontananza y el bosque: no hay senderos.
Ni un prodigio ni una decepción ni una ausencia,
solo el miedo que atenaza ante el espejo
como un bocado por sí mismo: miedo al miedo.
Y la culpa: bendecida como racimos de flores negras,
como racimos
de uvas negras que se bambolearan al borde
de un sitio que no existe, del camino que no hay.
De un sendero, dije, de uñas rotas
pero creo que no quiso contestarme.
Nada, poca cosa. Ni trillos ni luz en lontananza,
así que no hay atajo ni hay entonces
salvo el despeñadero de la duda, el tránsito del peregrino
que desdeña los mapas y asusta la certeza.
Una certeza tan cierta, dije, como escasa de tiempo
y los senderos si los hay son el secreto
perdido desde siempre en la boca de los peces
(porque sí, porque hay un lago y en el lago peces:
un plato calmo de agua donde abrevan
las bestias a la orilla, donde acuden nocturnos
por alimento a veces los carnívoros). Entonces,
si es entonces, créeme: búscate mejor bajo la copa
mediada de vino blanco, sálvate en la copa
sin sangre simbólica y nada que decir, sin nombres,
un grial sin redención ni jueces,
la copa sobre la mesa donde los días se reparten,
la mesa aquella de llegar y la misma de Ya es hora.
Unas horas (convino) sin relato y sin entonces,
solo el tramo
que media entre la casa de los sueños y el lugar
impreciso donde el agrimensor calcula
la ilación o el sentido que los llenen, los por tantos.
Waldo Pérez Cino nació en La Habana, en 1972. Recientemente ha publicado los volúmenes de poesía Cuerpo y sombra (2010) , y los relatos de La isla y la tribu (2011) y El amolador (2012). Este poema pertenece a su libro recién aparecidoApuntes sobre Weyler(2012).
Otros poemas de ese libro: En propia ausencia y Mediodía.