Al margen del debate sobre las motivaciones de Edward Snowden y Bradley Manning, los dos analistas de inteligencia que han traicionado la confianza del gobierno estadounidense, falta una aclaración sobre la política de contratación de los servicios secretos de la primera potencia del planeta. ¿A quién se le ocurrió fichar a dos pipiolos inmaduros y emocionalmente inestables para desempeñar unas funciones tan sensibles?
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